jueves, 19 de septiembre de 2013

Pianista de jardín

El dulce sabor de su voz alimentando el silencio, aquellas frases que no llegaban jamás a su fin, ese listado de necesidades que iban saliendo en el momento con la intención de comulgar mas aspectos de unión, aquellos acuerdos que mordían mi oreja durante el día como estimulo a la memoria y aquella compañía que no perecería jamás la cual hacía que el mismo olvido se arrodillara a sus pies. Cada ejemplo fortuito que brotaba si necesitábamos explicar el por qué de tanta lucha, cada emoción por la simpleza de amar y sentir a Dios.
Esa manía de engrandecer todo ahí nació, elogiábamos cada delicado rasgo del paisaje que contrastara nuestro amor con la intención de gratificar a la vida por darnos la oportunidad de vivir ese momento. Eran horas dando gracias. Podíamos sin ningún pudor decirle a las personas qué significaba estar juntos antes de saludarlas, si gustábamos lo gritábamos. Nada era mejor que estar juntos, podíamos irnos de cualquier fiesta por muy grande que esta fuese ya que sabíamos que la diversión estaba siempre al final del día entre cuatro de nuestras paredes. El amor, ese sentimiento que también ama, trasladándose de llama en llama aclarando su intención y coloreando la oscuridad de lo que las estrellas no podían tocar; ese viejo amigo que ya no está.
También estoy viejo, vivo en una pensión ubicada en la calle Simón Bolívar en donde iluminan el jardín con velitas pálidas dentro de frascos transparentes, atestado de personas tristes que no tuvieron la fortuna de conocer el amor como yo, un simple hombre que Jesús pastor trajo a esta tierra costera. Mas a mi gran amor también recuerdo como tocar el piano y cada vez que lo hago, recuerdo el dulce sabor de su voz alimentando el silencio, aquellas frases...