viernes, 16 de agosto de 2013

Una gota de poder

Puedo vivir al limite de la supervivencia, o solo sentarme sobre un cojín en mi balcón con el único propósito de consumir excesos.
Buscando amenizar el día durante un momento, tropiezo con el costado cálido de la ruta solar, donde las nubes son parte de la imaginación del resto (pienso que ver lo que no deseo observar no es apto para mi).
La noche se anuncia fría, cada muralla escribe la evidencia de lo que mis ladridos deberían enmudecer, mi silencio.
Los pasos de tono marrón trasladan los sonidos de las pisadas, aplastando escombros y otras cosas inútiles que las personas normales desechan como papeles y plásticos. No imposibilitan mi camino en lo absoluto.
Veo mis manos y giro rápidamente la vista a los espacios abiertos como si alguien corriera tras de mi y deseara ayuda, pero solo es producto de la imaginación, culpa de la ansiedad que cae en mi pecho por las drogas.
Observo donde no hay nada, donde prefiere ocultarse lo obscuro, donde hay otros seres como yo.
Vuelvo a ver mis manos y siento que algo anda mal, ¿será que están vacías?
Vacías de caricias, vacías de cigarros y de tragos. Algo anda mal... Me pregunto por qué motivo pensaría en caricias en este momento.
Fumo y la noche se vuelve un punto disminuido. Veo a través de mi caleidoscopio los postes y otros artefactos que emitan destellos para así catalizar el efecto.
Soy un cleptomaníaco de razones, un adicto a la verdadera existencia.
Soy un trabajólico desempeñado en el área del sueño, un ludópata sentado frente al espejo jugando con el miedo de su propia mirada al verse.
Apuesto mi carne, mi sangre y mis extremidades al toparme con cada simple vida que obstaculiza mi recorrido. Sus expresiones hablan por si solas y todas me dicen que llevan sus manos en los bolsillos para esconder el puñal. Así es la vida hoy.
El día de mañana puede que no esté, quedarán aquellos desgraciados codependientes y mitomanos que escupieron mis zapatos y luego hice lamer gracias a mi orgullo. Cuando me vaya les dejo la amnistía bajo la firma de mis concejos a sus desgraciadas vidas. Pobres idiotas, al no saber la respuesta a qué es la vida buscan imitar un prójimo que, con una codiciosa sonrisa, parece mas vivo por sus abultados bienes materiales.
Al fin, cruzo la puerta de mi refugio y apago mis pensamientos. Bendita es la filarmonía cuando cantan los mejores que ya se fueron y yo caigo sobre la cama deshecha, como era de esperar.
Se desprende el techo y desaparezco hasta la mañana siguiente.