domingo, 4 de julio de 2010

Parpadeo hacia arriba

Un día, caminando por la isla Comores sobre las rocas en la orilla del mar, esas rocas blancas y glaciadas, encontré un crustáceo morado y con extraña forma, algo terrorífica. En ese instante perdí todo el relajo muscular que había adquirido gracias a ese largo viaje de vacaciones. Me impresionó tanto el aspecto brutal de ese crustáceo que me hizo creer que moriría de un paro cardiaco. Intenté fotografiarlo, pero cada vez que le sacaba los ojos de encima, la criatura con sus 12 patas, que tenían forma de rastrillo, se acercaba a mis pies.
Comencé a alejarme de él sin quitarle los ojos de encima, sigilosamente retrocediendo por la arena, paso a paso. Cuando adquirí ciertos metros de distancia pensé en correr hasta las cabañas pero, en el momento de levantar la mirada, noté que no había nadie más que yo en la playa.
El impacto me petrificó.
Comencé a sudar y a preguntarme en donde estaba el crustáceo.
Al mirar nuevamente a mi alrededor me di cuenta de que no estaba en el mismo lugar que antes. Ahora estaba dándole la espalda a una cueva enorme, más grande que mi propio país, y oscura, como una noche de campo sin luna.
Se me deformó la cara del susto jamás antes experimentado y obviamente, imposible de experimentar hasta ese momento.
El piso estaba cubierto por cientos de espejos rotos, todos reflejando el cielo vacío.
Me arrodillé sobre la tierra y los espejos, clavandome restos de vidrios rotos en mi rodillas y me puse a gritar desconsolado.
Comenzó a ocurrir algo extraño: Cada vez la noche era mas oscura, como si su fin era el negro total.
Yo, casí desnudo y asustado como ratón de laboratorio, me arrinconé sobre la pared rocosa de la cueva.

Cada minuto que pasaba, hacía mas oscura la noche.
Sentía que cada vez se me hacía más familiar el ambiente tenebroso.
Cuando me cobijé en la cueva sentí que estaba sobre algo punsante, era un lápiz al lado de una hoja en blanco.
Atiné, por inercia misma, a dibujar una pirámide en todo el papel. Le fui dando escalones, igual como en una pirámide alimenticia y escribí los nombres de las personas o cosas que mas quería, ordenándolas según la importancia y necesidad que sentía por aquello.
Al terminar, una botella se acercó a mi, rodando por la tierra como si la hubieran arrojado desde la cueva.
Introduje el papel en forma de rollo y la arroje con mucha fuerza en dirección al sur de mi posición, solo por que era el lugar mas tenebroso y oscuro del paisaje.
Cuando siento que va callendo, escucho a alguien gritando tan fuerte como si fuera una madre viendo que ejecutan a su hijo.
A pesar del susto que sentí con dicho grito en pleno silencio, me alegró saber que no estaba solo. Definitivamente ese grito era de una persona, aunque dudaba de su cordura.
Me acerco corriendo sin temor alguno en busca de "alguien" cuando me encuentro al crustaceo medio muerto con el papel encima.
Maté lo primero que puse en la lista.